lunes, junio 20, 2005

La teoría templaria.

La cuarta gran teoría sobre el origen de la masonería —imbricada no pocas veces en las dos ya mencionadas— es la que conecta su aparición con los caballeros templarios. De acuerdo con la misma, la sabiduría ocultista expresada en la construcción del Templo del rey Salomón habría sido descubierta en el siglo XII por los caballeros templarios. Ciertamente, la orden de los templarios habría sido disuelta por decisión papal —un episodio en el que la masonería vería la lucha milenaria entre la luz y las tinieblas— pero su sabiduría no habría desaparecido con la orden. De hecho, algunos templarios habrían conservado esos conocimientos iniciáticos —especialmente los emigrados a Escocia en busca de refugio—, conformando con el paso de los siglos la masonería.
La tesis templaria es muy antigua y gozó desde el principio de un enorme atractivo para los masones en la medida en que permitía vincular su pasado con el de una orden militar prestigiosa y perseguida por la Santa Sede, y en que, por añadidura, facilitaba la expansión territorial en una Francia que conservaba una visión extremadamente idealizada de los templarios juzgados y ejecutados en su territorio. Sin embargo, como sucede con la teoría egipcia, una cosa es que haya gozado de predicamento durante siglos en el seno de la masonería y otra, bien distinta, que se corresponda con la realidad histórica.
La peripecia de los caballeros del Temple es, sin ningún género de dudas, uno de los episodios más apasionantes no sólo de la Edad Media sino de toda la historia universal. Orden militar en la que se seguían los votos de pobreza, castidad y obediencia, los templarios eran además combatientes aguerridos —les estaba prohibido retirarse ante el enemigo— que surgieron de las Cruzadas, una gigantesca epopeya encaminada, primero, a garantizar la libertad de acceso a los Santos Lugares que los musulmanes negaban a los cristianos y después a recuperar esas tierras para Occidente. Los templarios eran reducidos en número, pero su peso militar resultó muy notable. Buena prueba de ello es que Saladino, tras la victoria de Hattin, ordenó la ejecución de todos los prisioneros de guerra templarios, dado el pavor que le infundía su valor.
Sin embargo, los templarios no fueron sólo monjes y guerreros. También transmitieron a Occidente no escasa parte de la sabiduría oriental y, de manera bien significativa, terminaron por convertirse en banqueros de Occidente. Su enorme poder financiero acabaría despertando la envidia y la codicia de distintos gobernantes —en especial, el rey de Francia— y, con ellas, su ruina. El 18 de marzo de 1314 era quemado en París el maestre de los templarios, Jacques de Molay, tras un proceso que había durado más de un lustro. Desde su pira mortuoria, de Molay emplazó a Felipe el Hermoso de Francia, a Guillermo de Nogaret, mayordomo del monarca, y al papa Clemente, desarticulador de la orden, para que antes de que concluyera el año comparecieran ante el tribunal de Dios a fin de responder del proceso y la condena de los templarios. De manera escalofriante, los tres emplazados fallecieron antes de que se cumpliera el año y además, en el caso de la dinastía reinante en Francia —una dinastía que no había tenido problemas de sucesión a lo largo de tres siglos—, se produjo una extinción dramática en breve tiempo.
El proceso de los templarios, íntimamente relacionado con su disolución por decisión papal, había sacado a la luz un cúmulo de acusaciones que iban desde la práctica de la sodomía a la utilización de la magia negra en ceremonias secretas y a la blasfemia idolátrica. Que Felipe de Francia, ansioso por obtener más fondos y despojador poco antes de los judíos, pretendía fundamentalmente llenar sus arcas parece fuera de duda; que Guillermo de Nogaret le sirvió buscando no el que resplandeciera la justicia sino beneficiar a su señor es innegable y que el papa Clemente se plegó a las presiones del monarca galo, en parte, por miedo y, en parte, por superstición parece muy difícil de discutir.
Tampoco puede cuestionarse que De Molay y otros acusados fueron sometidos durante años a tormento y que, posteriormente, renegaron de las confesiones suscritas bajo el efecto de la tortura, un hecho que precipitó precisamente su condena a la pena capital. Sin embargo, existe más de una posibilidad de que las acusaciones vertidas contra la Orden del Temple no fueran del todo falsas. A diferencia de los hospitalarios —la otra gran orden militar surgida de las Cruzadas—, que se ocupaban de enfermos, necesitados y heridos, los templarios no pusieron ningún énfasis en cuestiones relacionadas con el ejercicio de la caridad y no tardaron en entregarse a funciones de carácter bancario y, por si fuera poco, algunos de los miembros de la orden acabaron sintiéndose atraídos por corrientes gnósticas orientales y manteniendo unas relaciones sospechosamente cordiales con grupos como la secta musulmana de los hashishim o asesinos.
En qué medida esta suma de elementos en casos particulares se extendió a la totalidad de la orden resulta muy difícil de establecer. Que perdió buena parte de su carga espiritual primigenia y que no pocas veces funcionó más como una entidad crediticia que espiritual es innegable. Cuestión aparte es que, efectivamente, fuera culpable de los cargos formulados contra ella en el proceso orquestado por Guillermo de Nogaret siguiendo las directrices de Felipe el Hermoso. De hecho, cuando la orden fue disuelta y se procedió a juzgar a sus caballeros, en otras partes del mundo por regla general obtuvieron sentencias absolutorias. En España, por ejemplo, ninguno de los monarcas se opuso al proceso y, por el contrario, se permitió que los legados papales lo llevaran a cabo sin interferencias. El resultado fue que no se dictó una sola condena en el ámbito de Castilla, Navarra, Portugal o Aragón. Incluso puede añadirse que aunque los templarios tenían la posibilidad de cobrar una pensión procedente de los fondos de la disuelta orden y retirarse, prefirieron integrarse en su mayoría en otras órdenes militares, lo que no sólo no chocó con objeciones sino que recibió un inmenso apoyo. Aún más. Cuando antiguos templarios dieron origen a nuevas órdenes, como la de Montesa, la iniciativa fue acogida favorablemente tanto por las autoridades eclesiásticas como por las civiles. En términos generales, por lo tanto, la Orden del Temple —a pesar de lo que hubieran podido hacer algunos caballeros aislados— no se había visto contaminada por los hechos que se le imputaban y así se entendió de manera generalizada en la época.
En términos generales insistamos porque excepciones de enorme relevancia las hubo. Por ejemplo, un grupo de templarios franceses marchó a Escocia, donde Roberto el Bruce se enfrentaba con los ingleses —un episodio reflejado en parte por la película Braveheart—, y se pusieron a su servicio. El rey Roberto los acogió entusiasmado —no en vano eran magníficos guerreros y quizá incluso llevaban consigo fondos salvados del expolio de la orden— y los utilizó para vencer militarmente a los ingleses y conservar la independencia de Escocia. Hasta ahí todo entra dentro de lo normal. La cuestión, sin embargo, es que no faltan pruebas arqueológicas de que algunos de los templarios trasplantados a Escocia establecieron contacto con grupos de maestros albañiles —masones— que se expresaban mediante una simbología ocultista que, posteriormente, se relacionaría con las logias masónicas.
El caso más claro de lo que señalamos se encuentra en la capilla de los Saint Clair de Rosslyn. En este enclave, los símbolos templarios coexisten con otros utilizados más tarde por la masonería, sin excluir la cabeza del demonio Bafomet, una imagen
convengamos en ello— bien peculiar para ser albergada en el interior de una iglesia católica. No podemos determinar más allá de la hipótesis plausible cuál fue la relación exacta que los templarios establecieron con aquellos maestros albañiles. Cabe, desde luego, la posibilidad de que se relacionaran con ellos de una manera natural impulsada, por una parte, por el gusto que algunos caballeros habían mostrado ya en Oriente hacia cosmovisiones gnósticas, pero también, por otra, por el deseo de vengarse del papado y de la Corona francesa que habían acabado con su orden. En ese sentido, las muertes del papa Clemente y de los herederos al trono francés han sido interpretadas como asesinatos templarios, si bien tal supuesto no pasa de ser una especulación novelesca.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Estimado bloguero :
Tambien lo vuestro es una especulacion.....

7:20 a. m.  

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